El año del miedo

Leonardo Padura

Leonardo Padura

Las novelas de Leonardo Padura (La Habana, 1955) gozan hoy de gran popularidad dentro y fuera de Cuba. Sus narraciones policiales han conformado un retrato descarnado de la realidad cubana contemporánea en una búsqueda que combina rigor literario, indagación de la historia y compromiso con los latidos de su tiempo. La más reciente novela del escritor, El hombre que amaba a los perros (Tusquets, 2009), sobre el asesinato de Trotski,  traza una estremecedora parábola con las utopías y los totalitarismos del siglo XX.

En 1985 Padura fue enviado como colaborador civil a Angola. De esa experiencia nació el cuento “Los límites del amor” (1987) y se derivaron otras referencias en episodios y personajes de su narrativa, como Carlos » El flaco», un veterano de la guerra postrado en silla de ruedas

El autor viajó recientemente a Puerto Rico, donde dictó un ciclo de conferencias sobre cultura cubana y presentó El hombre que amaba los perros.

El testimonio que presentamos a continuación fue entregado como cortesía a La última guerra.

EL AÑO DEL MIEDO

Aunque suelo tener mala memoria para las fechas –puedo hasta olvidar cumpleaños y aniversarios importantes– hay dos días que han quedado marcados para siempre en mi memoria: el 1 de octubre de 1985 y el 27 de septiembre de 1986… Los 360 días que van entre una y otra fecha los viví, hora a hora, en un país en guerra: Angola.

A pesar de que mi presencia en el país africano formalmente no tenía que ver con el mundo militar, pues iba como periodista encargado de reportar las actividades de la colaboración civil –médicos, maestros, constructores que ayudarían a la devastada nación–, apenas llegado a Angola fui llevado, como el resto de los técnicos y colaboradores cubanos, a un campamento militar donde cumplí quince días de riguroso entrenamiento que incluía clases de táctica, caminatas y los indispensables ejercicios de tiro con el fusil soviético AKM.

Para mí, aquella era una experiencia inédita, pues había crecido en un país sin guerra y por una u otra razón había atravesado la «edad militar» sin ser llamado a las filas del Servicio Militar Obligatorio ni cursar ninguna de las numerosas escuelas de guerra que existían para los jóvenes y estudiantes cubanos –incluida la llamada Catedra Militar que se impartía en la universidad. La guerra y las armas habían sido para mi vida, hasta entonces, realidades y objetos lejanos, por los que, además, no sentía la menor atracción.

Pero desde aquel día de octubre de 1985 en que utilicé el AKM en el polígino de tiro, hasta el día de septiembre de 1986 en que me devoliveron el pasaporte para regresar a Cuba, un fusil y cuatro cargadores de balas fueron parte de mis pertenencias pues, como nos era dicho al llegar a Angola, «estábamos en un país en guerra y, llegado el momento, todos seríamos soldados».

Quizás la misma fortuna que me había salvado de escuelas y campamentos militares me preservó de tener que intervenir en cualquier acción de guerra durante aquel año que viví en Angola. Incluso, en las clases de preparación militar que nos impartían un domingo al mes, pude escabullirme de los ejercicios de tiro y tal vez yo sea, de todos los cubanos que pasaron por aquel país, el que menos utilizó su fusil.

Pero ni la suerte ni la aversión natural que siento por cualquier acto de violencia pudo resguardarme del primero y más invencible efecto de la guerra: la sensación de miedo.

No siento la menor vergüenza al confesar que los 360 días que viví en Angola tuve miedo: los miedos más diversos y persistentes, los más compactos y devastadores. Miedo a que se intensificara la guerra civil entre el MPLA gobernante y la rebelde UNITA; miedo a la siempre anunciada invasión del ejército surafricano y a que mi frágil condición de civil pudiera ser trastocada por una orden superior y me transformara en un soldado más del ejército cubano que durante catorce años intervino en la guerra de Angola; miedo a las emboscadas y las minas antipersonales que podían sorprender a cualquiera fuera de la ciudad de Luanda; miedo a las bombas que, esporádicamente, sacudían las ciudades; miedo a las noches de juerga de los soldados del MPLA, que festajeban sus borracheras con ráfagas al aire; miedo a las «flechas» antiaéreas que acechaban a los aviones civiles y militares en los que debi viajar a varias provincias de la nación africana; miedo a convertirme en uno más de los miles de mutilados que dembulaban por todo aquel inmenso país. En fin, miedo a morir en una guerra en la que no quería estar.

Aquel ha sido, sin duda, el más terrible de los 47 años que hasta ahora he vivido. El fantasma de una guerra real, con muertos y heridos reales –algunos de ellos con rostros familiares, conocidos y hasta queridos–, me acompañó cada día y me persigue hasta hoy, cuando en mis peores pesadillas sueño que estoy de nuevo en Angola y siempre regresa, desde lo más recóndito de mi memoria, el recuerdo vivo y lacerante del año del miedo.

Sin embargo, creo que después de todo le debo agradecer a la vida haber tenido la experiencia de pasar todo un año en un país en guerra. Quizás porque no tuve que usar mi fusil AKM ni fui uno de los mutilados de aquella contienda. Pero tener la posibilidad visceral de entender qué es la guerra y qué es el miedo a la guerra me han hecho un hombre mejor –¿o será peor?– porque soy capaz sentir lo mismo que sienten el ciudadano palestino y el ciudadano isrealí en medio de una guerra interminable en la que, ellos mismos, pueden ser las próximas víctimas; porque sufro como cualquier colombiano común con las sucesivas imágenes de violencia y muerte de un país que se desangra desde hace medio siglo; porque cuando leo reportajes sobre las guerras de Chechenia, Bosnia y Croacia siento en mi piel la aversión que me provocan los nacionalismos fundamentalistas que solo se resuelven en la guerra, la muerte y el miedo. Y también porque cuando puedo leer que Angola pone fin a 25 años de guerra fraticida siento la misma alegría que seguramente han sentido Joao, Antonino, Luandino, Pepetela y mis otros amigos angolanos por tener la posibilidad de volver a vivir en un país sin guerra, aunque ya nunca puedan librarse del recuerdo de los días, meses y años que han vivido con miedo.

Sé que el miedo es un sentimiento humano y que la guerra es una constante de la humanidad. Pero soy tan empecinado que me atrevo a soñar que algún día los seres humanos podremos vivir sin guerras y que entonces despojaremos nuestras vidas del más absurdo y lacerante de los miedos.

Leonardo Padura Fuentes

Mantilla, 26 de abril de 2002.

10 respuestas

  1. Me alegra que este blog sea de cordialidad, a pesar del desgarrador tema que aborda. Y me alegra que la gente cuando emite comentarios y se equivoca tenga la decencia de corregirse a ellos mismos, como le sucedio al lector anterior. Por otra parte, una Cortesia no quiere decir que el texto no se conozca, sino que el autor ha tenido la derencia en entregarlo a un determinado editor o publicacion. Lo que sucede es que en este mar en que navegamos se ha perdido el mas elemental sentido de la atribucion y cualquiera copia, corta y clava sin pedirle permiso ni a la madre de los tomates. Me alegra que aqui haya tambien respeto por esas reglas de autoria y derecho.

  2. Pido disculpas por el comentario anterior. No vi que estaba firmado en Mantilla, 26 de abril de 2002.

  3. Si Padura nació en 1955 (ver en Wikipédia) ?como es que en el artículo dice «el más terrible de los 47 años que hasta ahora he vivido»? Existen 3 posibilidades: 1) Padura ha comenzado a quitarse los años (lo que no creo) 2) Es un artículo apócrifo y el autor no se tomó el trabajo de consultar la fecha de nacimiento, o 3) (tal vez el más probable): No fue escrito para «la ultima guerra», como el blog nos pretende hacer creer cuando dice en la presentación » fue entregado como cortesía a La última guerra».

  4. Muy buen texto, un gran saludo para Padura.

  5. Miedo?
    Hay miedos y MIEDOS.

    Lubango-Cahama 1987-1989
    – Un hombre valerosamente se faja con dos soldados por alguna boberia(kwanzas, borrachera, whatever)… y es vencedor. Alardea pavoneandose. Pita.
    – Ese mismo hombre se orina en los pantalones al sentir silbidos de balas sobre su cabeza y explosiones a su alrededor. Se friza, Se apendeja.

    Recuerdo eso siempre, cuando en la vida cotidiana, oigo comentarios como este: Fulanito tiene valor, no le tiene miedo a nadie.
    Escucho y pienso: Habria que ver.
    Seria peligroso pero muy interesante combrobar si es eso cierto..

  6. El miedo

    Mucho se ha escrito sobre ésta sensación. Bastantes hay que se han referido a la misma sin haberla experimentado nunca en su vida.
    Es fácil presenciar una corrida de toros desde la barrera imaginándose lo que puede sentir el torero.
    ¿Alguien se habrá situado en el papel del toro?
    Los toros no saben lo que es una corrida, no tienen periódicos ni revistas, ni radio, ni televisión, ni van a la escuela, ni a los zoológicos.
    Los seres humanos nos enteramos y nos enfrentamos a éstas situaciones con una referencia o, si es mejor con un miedo. Con el miedo al toro o, aun mejor, con el miedo en general.
    Considero, firmemente, que el hombre, además de ser el animal más peligroso existente sobre la faz de la tierra, es el más miedoso. Le tiene miedo a todo y se trasmite el miedo de uno a otro individuo.
    Desde que llegamos a la RPA o quizá mucho antes ya estábamos escuchando los peligros y las asechanzas, las malignidades y los métodos virulentos de hacer la guerra que poseía el enemigo.
    Los oficiales de la Inteligencia Militar nos atiborraban de datos sobre los armamentos a los que nos enfrentaríamos.
    Más tarde nos enteraríamos que estos datos habían sido extraídos de revistas extranjeras en artículos publicitarios y que no llegarían a estar en activo sino muchos años después.
    No obstante, al hacer nuestras comparaciones, nos percatábamos de que el armamento enemigo podía ser, en determinado momento, superior al nuestro.
    Un piloto de aviación siente muchos miedos. El primer miedo que siente es el de estar en un ambiente que no es el suyo y que puede traducirse en la imposibilidad de dominar al aparato.
    El hombre siente miedo porque es débil. Solo, no puede enfrentarse a ningún animal de su tamaño. Se sobrepone al miedo porque es inteligente y es precisamente la inteligencia lo que le hace aun más miedoso.
    El saber mucho, implica la necesidad de preparase para lo peor. Y cuando el hombre aprecia que no se encuentra preparado le entra un miedo insuperable.
    ¿A quien no le tiemblan las piernas ante la inminencia de un examen?
    En Angola, nos sentíamos como toros en una corrida. Nos sabíamos fuertes contra un enemigo insignificante como la UNITA, incluso a los sudafricanos no los tomábamos en cuenta. Nos considerábamos gente de pelea y ellos estaban acostumbrados a enfrentarse a personas indefensas.
    Pero no hay nada peor que enfrentarse a lo desconocido, sabiendo que no estas bien informado.
    Siempre tuvimos una sensación de inseguridad, tal vez provocada por la falta de información. Nunca supimos, exactamente, donde se encontraban nuestras tropas, a no ser que las sobre-voláramos. Nunca tuvimos una idea aproximada de la posición del enemigo ni cuales serian sus posibles intenciones. Esto, para los pilotos, es desconcertante.
    Por eso es, que no dudamos que uno de nuestros pilotos, llamado Capri, (derribado por nuestra defensa anti-aérea) hubiera tenido la misma sensación y…, confiado en que abajo se encontrarían nuestras tropas, haya descendido, fatalmente, por debajo de las nubes.

  7. Saludos a la gente del pre de la Vibora.Mucho me gusto tu ultimo libro,me lo envio un amigo comun desde Madrid(no me lo quiso cobrar).DE Angola que decir,solo dos tipos de preguntas(no son para ti) Por que?Por que Cuba se involucro?Por que nos llevaron?Por que fuimos? y Que resolvimos?

  8. […] A pesar de que mi presencia en el país africano formalmente no tenía que ver con el mundo militar, pues iba como periodista encargado de reportar las actividades de la colaboración civil –médicos, maestros, constructores que ayudarían a la devastada nación–, apenas llegado a Angola fui llevado, como el resto de los técnicos y colaboradores cubanos, a un campamento militar donde cumplí quince días de riguroso entrenamiento que incluía clases de táctica, caminatas y los indispensables ejercicios de tiro con el fusil soviético AKM. (Más en BLOG La última guerra) […]

  9. Recuerdo la escena del policia que se quiere

    retirar y es practicamente chantajeado para que

    tome un caso dificil. El dialogo entre este y su

    jefe es excelente. Ji Ji. Los policias de la vida

    real por supuesto que no dialogan tan sabroso.

  10. Padura escribe muy bien en ese genero policiaco.

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