Recuerdos de la pacotilla

Uno de los primeros billetes de kwanza emitidos por el gobierno de Agostinho Neto

Uno de los primeros billetes de kwanza emitidos por el gobierno de Agostinho Neto

Si conseguir la pacotilla era difícil, trasnportarla o hacerla apasar era peor.
Los oficiales que viajaban de vacaciones a veces tenían compromisos con los soldados de llevarles relojes y ropa de niño a sus familias.

En mi unidad había un grupo de oficiales que eran reservistas y por tanto tenían muy buena relación con su  tropa (los militares de carrera eran menos arriesgados y comprometidos, a veces). Como en esa época se usaba viajar de traje o guayabera (estaba prohibido viajar con ropa militar, cosa que luego se volvió obligatorio cuando ya no valía la pena guardar tanto secreto o misterio sobre las tropa en Africa) debajo de aquellos trajes lo que iba era de ampanga.

Había oficiales que habían bajado de peso y por tanto el traje les quedaba ancho, de manera que podían ponerse dos y hasta 3 bloomers, medias de pelotero o pantys rellenas de pullovitos o jueguitos de niño, con los dobladillos de las sábanas hacian unos largos tubos y allí, enlazados unos con otros iban echando los relojes, y despues se los envolvían en la cintura o se los cruzaban por el pecho como una canana; la gente pasaba de todo, desde cuchillos de caza hasta animales escondidos.

Cuando ya eso no daba más, pusieron el detector de metales para joder eso y para poderle quitar más pacotilla a los soldados y oficiales, que ya habían demostrado haber aprendido bastante…..de manera que trabajar en la aduana militar se convirtió en el mayor negocio de la guerra.

Había que poner todo lo que uno llevaba en una mesa, donde abrían los maletines y te revisaban, pues si llevabas cosas de metal encima, sonaba el aparato.

Los aduaneros abusaban mucho, aunque a veces tenías suerte y te tocaba uno que no estaba para el daño, o que era socio de un socio, o pariente de un combatiente y decías una contraseña y el tipo entendía. Pero  a veces los cambiaban. Y se te ponia difícil el asunto. Ya uno sabía que si queria pasar una ducha, debía comprar dos, la segunda para el aduanero.

Las cosas compradas en Futungo o la Muñeca tenían un recibo, por tanto esas no las decomisaban pero siempre se podían pasar algunas cosas como si las hubieras comprado «oficialmente»: cosméticos, algún reloj, juguetes, en fin, boberías.

Los que llevaban buenas cargas eran los altos oficiales, pues ellos no pasaban por ahí, iban directo al avión o podían enviar cosas en las valijas, aparte de que les pagaban mucho más que a los demás combatientes, les dejaban pasar regalos que un soldado se le hubiera decomisado. Objetos de arte, tallas en maderas preciosas, equipos electrónicos de lujo, piezas de autos o motos, joyas y ropas de marca (no las imitaciones baratas de la candonga). En fin, la pacotilla es un capítulo aparte de la Guerra de Angola. (Testimonio del lector Murcielaguito)

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Yo recuerdo que el tipo al que mas  kwanzas le vi era un sargento de mi batallón, que un día me encargó en la candonga una manzana para ponérsela a Shangó y sacó el rollo de billetes del bolsillo, diciéndome…» y eso no es nada, tengo tres bolsas de caretas antiguas enterradas con «mis ahorros». De paso me consigues pimienta negra también y dos velas que le voy a poner un ebbó a Echú para despetroncar al trinca que tengo encarnado hace días pues algun chivatón le ha dicho que tengo plata…» Y esa plata era de la pacotilla.

¿De dónde la sacaba? Eso nunca lo pude saber exactamente.

La plata por la pacotilla creció, y el ebbó salio mal pues el trinca siguió despetroncando gente, aunque a él lo dejó quieto -dicen algunos que porque era informante de aquel trinca. (Testimonio del lector Antón Calloso)

Una respuesta

  1. Conocí a un médico de la colaboración civil en Angola. La última vez que supe de él, se encontraba por las Islas Maldivas.
    Trabajaba en Huambo. Recien llegado vió, como en la sala del hospital donde trabajaba, unas monjitas repartían semanalmente algo que al parecer era comida. Nuestro médico, ni corto, ni peresozo, decidió que en su sala, sus pacientes, no iban a dejar de recuperarse por falta de alimento y…, aunque parezca un poco cruel, tomó una decisión.
    Todos los días, a la hora de almuerzo, pasaba revista por todos los apartamentos de la colaboración civil y recogía una lata de 5 galones, con los desperdicios. Día tras día, nuestro médico repartía entre sus pacientes un opíparo almuerzo.
    Los pacientes, agradecidos, le llevaban cualquier cantidad de regalos y él solo les pedía que le cambiaran los animales y cualquier otro objeto por cuanzas.
    Al final de dos años había reunido más de cinco millones de cuanzas, que al cambio debían conctituir poco más de 750 mil dólares.
    Se casó con una muchacha originaria de las Maldivas, que luego estuvo en Cuba.
    Pagó 1 millón de cuanzas para llevar toda la pacotilla que compró en la kandonga y la envió por la TAAG para Cuba.
    Compró el silencio de muchísimos funcionarios.
    Cambió en dólares lo que le restó y con eso logró reparar un modesto apartamento en Buenavista. Continuó trabajando en el hosptal Militar Carlos J. Finlay, hasta que al fin decidió provar suerte en el Océano Indico.
    No supe más nada de José Luis.

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