Al niño angolano de quien quiero hablar hoy lo conocimos viajando con una brigada de tanquistas en Angola, si mal no recuerdo por la provincia de Huambo. Era uno de tanto niños huérfanos de la guerra. Tenía unos nueve o diez años, ¿quién sabe?. Iba de lugar en lugar con aquellos cubanos que le habían brindado cariño y sustento.
Me pareció necesario hacer algo por él. Lo convencimos de venir para Luanda con nosotros. No olvido sus ojos grandes como platos cuando viajó en el AN-26 rumbo a la capital. Era de noche y miraba asustado las luces a su alrededor. Todo era tan nuevo para él… Lo llamamos Cristóbal y él quiso colgarse el apellido de Ferreiro (que aunque en realidad es gallego le pareció más cercano al portugués). Vivió con nosotros en la Casa Uno (Casa de visita de los oficiales cubanos en Angola).
El pastor alemán Kim era su compañero de juegos. Asistía a una escuelita cercana en la playa que se divisaba desde nuestra terraza. Le encantaba ver las películas y dar de comer a los monos que vivían en el lugar. Más tarde fue a estudiar a La Isla de la Juventud y regresó a su Angola natal. Tuvo un destino más afortunado que los miles de niños que la guerra dejó por todas partes. Muchas veces me pregunto qué habrá sido de él. Su última carta fue desde la Isla. Hoy tendrá unos 43 años más o menos.
El otro niño que recuerdo mucho es una clase de historia. En la base hospitalaria de Luanda trabajaba una chica angolana, hija de portugués, que fue como voluntaria en 1975. Se llamaba Filomena Coehlo. Le gustaba la medicina, pero aunque no tenía estudios médicos se hizo muy útil en el servicio de neurocirugía. Cuando yo sustituí al neurocirujano de ahí en 1977, ella fue un apoyo muy especial para mantener las cosas funcionando , ya que me desplazaba con mucha frecuencia al frente. El ejército solo tenía un neurocirujano y se desplazaba junto a un cirujano (había mas de uno), un ortopédico (también había más de uno) y una enfermera anestesista, cada vez que en los frentes había bajas.
Filo estaba embarazada. Un día la busqué en la sala y me dijeron «fue a Maternidad», que quedaba en el hospital de al lado. Unas horas después, al terminar de ver los heridos fui a verla y me dijeron «ya parió y se fue a casa». Literalmente a partir del día después de parir venía con su niño a trabajar. Le conseguimos una especie de playpen con un colchoncito y la pusimos en la sala de electroencefalogramas, que era bastante limpia. Ese niño era hijo de un cubano, quien trabajaba en la fiscalía de la misión militar. La mamá sólo le pidió a él que por favor lo inscribiera como hijo de cubano. Estaba muy orgullosa de que así fuera. No quería pensión ni nada, solo la nacionalidad. Él le dijo que sí, pero se fue sin hacerlo.
Ella le escribió y no tuvo respuesta. La ayudamos a cursar su petición. La demanda de paternidad le llegó a este oficial a su casa en Cuba, donde su esposa se enteró. Tuvo entonces no solo que reconocerlo (había muchos testigos de esa relación), sino también que proveer. Su huida le costó cara. No pensó que la chica iba a tener apoyo para reclamarle. Como este incidente, pero sin final justo, hay cientos de niños que son resultado de la permanencia cubana en Angola. (Testimonio de la lectora María del Pilar)
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Es verdad en el mismo Tchamutete vi muchos ninos hijos de cubanos se conocian pues su desarrollo y su fisico era diferentes a los ninos de padres angolanos que se han echos no se ? sabe alguien que se hicieron ?
Saludos