Su nombre era José Antonio, y le llamábamos Toño. Su madre se llamaba Virgen y era blanca como la leche; su padre, Chepe, era negro como un carbón. Un matrimonio multirracial bien llevado y querido. Había armonía en ese hogar. Eran unas personas que todos querían tener como amigos. Chepe, Virgen y sus hijos Toño y Edelma vivían en la calle Villalón, entre Martí y Lico Cruz, en Las Tunas. A Chepe, ya retirado de camionero del Mincin, le había dado una embolia cerebral y había quedado con una parte del cuerpo paralizada y el habla algo afectada.
Toño se casó con Martha Carvajal, que vivía en Julián Santana, entre Martí y Lico Cruz y tuvieron enseguida un niño. Pero a Toño lo enviaron a Angola y no pasó un año antes de que que nos avisaran que había muerto «en cumplimiento del deber». No recuerdo la causa de la muerte, pero sí sé que no trajeron su cuerpo para Cuba y celebraron un sepelio simbólico en la casa de la calle Villalón.
Chepe y Virgen perdieron a su único hijo varón que no llegaba a los 30 años cuando desgraciadamente murió en un lugar adonde nunca debió ir, porque allí no tenía ni parientes, ni negocios, ni nada que lo obligara a arriesgar su vida en un sitio tan lejano, tan ajeno a nuestras costumbres, a nuestro idioma y a nuestra forma forma de vida. Fue carne de cañón, como los miles de cubanos que murieron allí de una manera absurda.
La muerte de Toño apresuró el deterioro físico de su padre Chepe, que jamás logro recuperarse. Desconozco si fue repatriado el cuerpo de Toño desde la lejana Angola.
Martha Carvajal quedó viuda antes de los 30 años y su niño no pudo volver a ver a su padre. Dos familias quedaron destrozadas. (Testimonio del lector Juan de Armas)
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