La pacotilla (II)

Vendedoras callejeras en las calles de Luanda

Vendedoras callejeras en las calles de Luanda

Conseguir pacotilla era uno de los escasos y secretos placeres de los cubanos durante su estancia en Angola. Desear o poseer esa amplísima gama de artículos brillantes, olorosos e inexistentes en la isla, definidos con una sola palabra, «pacotilla», era considerado un pecado  moral, un vergonzoso rezago del capitalismo y era castigado por el mando militar. El sustantivo tuvo una connotación peyorativa durante muchos años, pero terminó siendo objeto de choteo,  a la par de las prédicas de austeridad del gobierno.

En Angola pudo más la naturaleza humana que las monsergas ideológicas y el miedo al castigo. Muchas veces los propios oficiales eran los que más acaparaban pacotilla. A escondidas, los internacionalistas cubanos buscaban relojes de pulseras, ropa interior femenina, pullovers, pantalones de mezclillas, camisas «Manhattan», pañoletas de mujer, zapatos, lentes oscuros, radio-cassettes, jabón de baño y pasta de dientes de la buena entre otros productos.

Para conseguirlos, canjeaban en la candonga varios de los artículos que recibían para su ración y también algunos que sustraían al igual que los angolanos de las donaciones caritativas. En el trueque entraba casi todo: latas de sardinas y de leche Nido, aceite vegetal, manteca, arroz,sal, azúcar, ropa civil de uso… todo lo que se pudiera vender, hasta comida recién cocinada que se le quitaba a la tropa. Los angolanos en la candonga no aceptaban ropa militar y tampoco les gustaba mucho el ron cubano, porque les parecía muy fuerte.

El soldado que estaba negociando siempre corría riesgos. Si te cogían, podías ir preso allí mismo en la unidad militar y se te negaban condecoraciones y ascenso militar.

Uno de los casos más sonados fue el de unos soldados de retaguardia del regimiento Huambo, a quienes se les decomisó grandes cantidades de harina de trigo, jabón, carne enlatada, y muchas cosas más, entre ellas municiones y gasolina, y todo lo vendían en la candonga. Los calificaron de colaboradores de la UNITA y los mandaron enyesados de pies a cabeza para Cuba. Enyesados, sí, con yeso ortopédico para evitar su fuga.

Había mucho negocio, pero eso de que un cubano llegó a cambiar un helicóptero por pacotilla parece más bien una bola.

La gente sí se arriesgaba para conseguir pacotilla. En el Frente Sur, en una época los cubanos llegaron a contar con un presupuesto para comprar carne de res para las tropas, en un radio de 3 a 5 km de sus campamentos. Sin embargo, los encargados de buscar las reses se alejaban más de lo permitido, a veces hasta 80 km o más dentro de territorio enemigo,  donde se podían comprar las reses a 3,500 o 4000 kuanzas, para usar el dinero sobrante en pacotilla.

En una de esas incursiones, una escuadra pasó por un pequeño caserío con la bandera del MPLA y unos 40 km más adelante, después de comprar las reses,  se topó con el hijo del jefe del MPLA del pueblo que había ido a avisarles que el pueblo había sido tomado por la UNITA. Era la única carretera en la zona.

Los soldados cubanos les amarraron las patas a las reses y las tiraron al piso de los camiones, se parapetaron detrás de ellas y  pasaron por el pueblo a toda velocidad a puro tiro y lanzando granadas de mano. Escaparon gracias al factor sorpresa -la UNITA no esperaba tal ataque- y luego, contentos, y repuestos del susto, se repartieron el dinero sobrante, para comprar pacotilla. (Relato hilvanado con los testimonios de los lectores Martín, Carlos A. y Tchamutete)